Envío Digital
 
Universidad Centroamericana - UCA  
  Número 302 | Mayo 2007

Anuncio

Centroamérica

El conocimiento en los tiempos de las investigaciones “a la carta”

Poco se reflexiona sobre la influencia de la cooperación internacional del Norte en los investigadores y en las investigaciones que se hacen en el Sur, en la producción de conocimiento que hacemos en Centroamérica y en Nicaragua. Y hay que reflexionar. Y cuestionar. Vivimos en la era de las investigaciones “a la carta”, con investigadores transformados en “prestadores de servicios”. ¿Cuáles son las consecuencias políticas y culturales de esta tragedia?

José Luis Rocha

Aquel presuntuoso mecenas le había estado continuamente encima, exigiéndole entregar a diario una determinada ración de trabajo. Carente de criterio propio, como buen burgués, no era capaz de apreciar en el arte más que aquello que le explicaban y demostraban. Por las noches, Balli, harto de trabajar y de perorar, se preguntaba a veces si no habría caído en la trampa de aquel puesto de agente comercial, del que solamente por casualidad se había librado. (Italo Svevo, “Senectud”)

INVESTIGACIONES SOCIALES
SEGÚN EL “MODELO MONSANTO”

Durante décadas, la cooperación externa ha inyectado savia a la producción de conocimiento en Centroamérica. Conceptos, teorías, temas, becas y fondos han emanado de sus ina¬gotables arcas y se han colocado en seseras, documentos y bolsillos de centroamericanos deseosos de investigar. La ciencia necesita mecenas. Las ciencias sociales necesitan mecenazgos más atrevidos y generosos, porque sus hallazgos no siempre se “ven” -no describen una situación concreta, sino una dinámica abstracta, cuyos nexos con expresiones empíricas vienen mediados por una teoría- ni siempre se “usan” -con frecuencia no son susceptibles de aplicaciones prácticas inmediatas-. Marx no hubiera podido invertir años estudiando y escribiendo en la biblioteca del Museo Británico sin el apoyo financiero de su abnegado amigo Federico Engels. ¿Quién más habría deseado financiar el descubrimiento de artefactos tan extraños como la plusvalía, la lucha de clases como motor de la historia o las ideologías como máscaras de los grupos dominantes? Los inconvenientes políticos eran muchos. La incertidumbre académica, mayor: exceptuando su juventud, Marx permaneció aislado de los círculos académicos.

La solidaridad internacional ha sido un Engels para la investigación en los países no industrializados. Ha apostado por una investigación sin suficientes credenciales académicas internacionales, de inciertos resultados y, a veces, con implicaciones políticas subversivas. Pero la naturaleza de su mecenazgo está cambiando, deslizándose hacia el “modelo Monsanto”, la transnacional que paga para que sus científicos produzcan variedades genéticas de mayor productividad y semillas estériles. El “modelo Monsanto” implica: ciencias naturales como paradigma epistemológico de todas las ciencias y de todo saber, aplicabilidad inmediata como exigencia, productos específicos como meta y alguna forma de rentabilidad como objetivo primordial. Clonando este modelo, la cooperación externa promueve investigaciones sociales que usen metodo¬logías preferiblemente vinculadas a las matemáticas, estudios aplicados con un impacto específico en la orientación de proyectos de desarrollo y un saber usable en forma de políticas, recomendaciones y directrices de proyectos. Incluso cuando estudian un fenómeno tan viscoso e informe como la corrupción, los científicos del Banco Mundial logran formular una impecable ecuación que la explica. Los estudios de microfinanzas no deben profundizar en la dinámica de los flujos financieros y de la crónica dependencia de los préstamos, sino concentrarse en el mercado crediticio de cierta zona e identificar segmentos de productores, grupos meta, rubros, riesgos y productos financieros. Todos los presupuestos de ésa y otras opciones programáticas no son cuestionados.

Esta concepción, primordialmente instrumental, del conocimiento no es inocua. Está despolitizando y deslizando a las ciencias sociales hacia un modelo, finalidad y lenguaje gerencial que, en definitiva, las esteriliza, porque las hace cómplices del actual orden de cosas y perpetúa la dominación. Al convertirse en servidoras de proyectos, las ciencias sociales pierden su vocación de hacer propuestas atrevidas y pierden también su visión de futuro que incuba realidades nuevas. Como se espera que se limiten a sugerir formas mejores y más de lo mismo, y que registren lo existente, las ciencias sociales quedan amansadas y domesticadas por las visiones hegemónicas. Marx decía que no hay que pinchar con alfileres lo que se debe demoler a mazazos. Podríamos decir que el giro actual está adelgazando nuestros mazos hasta convertirlos en alfileres.

FODA, MARCO LÓGICO, PLANIFICACIÓN ESTRATÉGICA: LA INVASIÓN DEL CONOCIMIENTO INSTRUMENTAL

De esta situación, en parte somos responsables los investigadores, porque no hemos tenido la creatividad y agresividad necesarias para proponer e imponer una agenda investigativa. No hemos salido de la perplejidad ante el fracaso de los socialismos reales y nos hemos sentado sin discusión a la mesa servida por una cooperación internacional cada vez más dominada por los esquemas mentales de la administración de empresas. Quedó comprobado que no bastaba con derrocar a los regímenes militares y dictatoriales para que el paraíso viniera por añadidura. Los revolucionarios centroamericanos se acomodaron a los nuevos tiempos y el discurso de izquierda quedó devaluado. Los aires de la postmodernidad diluyeron las fronteras entre izquierda y derecha. Había que sumar y promover cambios incrementales, y no abruptas revoluciones. ¿Qué programa seguir? Con el vacío de contenido programático, vino la veneración por la forma. Los FODA, la planificación estratégica, el marco lógico y otras especies importadas aparecieron como sucedáneos gerenciales del compromiso y la voluntad de ser alternativo porque son instrumentos que garantizan el impacto. Las tablas de datos y el power point sustituyeron las argumentaciones bien hilvanadas. Y los “clientes” y “contrapartes” sustituyeron a los camaradas. Por si alguien cree que este análisis tiene una finalidad auto-exculpatoria, de antemano admito que estoy lanzando muchas piedras -no sé si las primeras- sin estar libre de pecado.

La cooperación externa también tuvo y sigue teniendo su parte de responsabilidad en estos giros. Y es que no deja de ser verdad que el que parte y reparte, se lleva la mejor -y la mayor- parte. La concepción instrumental del conocimiento -de las ciencias sociales en particular- depende en parte del escepticismo de la academia de los países industrializados en relación a la capacidad tercermundista de manejar conceptos y macro-variables. Pero también depende de un proceso que ha avanzado silenciosamente desde los años 90 hasta la fecha. Y sumerge sus raíces en procesos más globales que iniciaron hace un siglo, pero que en Centroamérica se presentan en versiones tropicalizadas y caricaturescas.

Todas estas transformaciones nos mueven a preguntarnos si la remesa ideológica de la cooperación externa tiene los conceptos, teorías y temas que ahora necesitamos para romper con el abuso de los dominantes de siempre y de las nuevas cohortes de ex-revolucionarios que se les han sumado. ¿O son sus fondos un regalo envenenado? Para explorar este enconoso tema, pasemos brevemente revista a algunas etapas y rasgos de este proceso en Nicaragua.

LA INVESTIGACIÓN EN NICARAGUA
HASTA LOS AÑOS 70: ESCASA Y PRECARIA

Alguien debía creer en la investigación para pagar por ella, por la instalación de capacidades que la hicieran posible y por su difusión. En Nicaragua, como en otros países latinoamericanos, la investigación fue auspiciada por la cooperación externa, en el supuesto de que sería una contribución vital para el desarrollo. La investigación hecha en Nicaragua antes de 1979 ha sido calificada de “escasa y precaria” por el actual Ministro de Educación Miguel de Castilla: había pocos centros, los recursos financieros eran reducidos y la difusión era muy estrecha. Los centros de investigación estatales fueron creados por las demandas y el financiamiento de organismos internacionales, y no por la iniciativa de la administración dictatorial de Somoza.

En esas condiciones surgieron el Servicio Meteorológico Nacional, el Instituto Geográfico Nacional y el Catastro e Inventario de Recursos Naturales, todos dedicados a la recolección, tabulación y procesamiento primario de la información. Las investigaciones más elaboradas, las que requerían mayor habilidad técnica, eran encomendadas por el gobierno a órganos de consultoría privada extranjeros. Los centros privados y universitarios se ocupaban de la investigación histórica, económica y social, y tenían un soporte financiero de ONG extranjeras. Agencias de los países nórdicos apoyaron decididamente la investigación universitaria. Con su apoyo y el de universidades privadas de los países industrializados surgieron el Instituto Centroamericano de Administración de Empresas (INCAE), el Centro de Investigaciones y Asesoría Socioeconómica (CINASE), el Instituto Nicaragüense de Promoción Humana (INPRHU), el Instituto Histórico Centroamericano (IHCA) y el Centro de Investigaciones de la Realidad Nacional.

En la mayoría de los centros de educación superior pública las investigaciones se reducían a las monografías que los estudiantes realizaban como parte de su proceso de graduación. Sin embargo, las coordinaciones regionales alentadas en el marco del Mercado Común Centroamericano, dieron sus frutos, y de ello dan testimonio las publicaciones de alta calidad del Consejo Superior Universitario Centroamericano (CSUCA). En los años 70 la universidad nacional nicaragüense había sido tomada por intelectuales críticos a las élites y había ganado una autonomía que le permitió difundir análisis críticos de gran influencia en los cambios posteriores.

LOS AÑOS 80: EL ESTADO INVESTIGADOR

En la siguiente década, tras el triunfo de la revolución, la mayoría de los institutos de investigación en Nicaragua florecieron fuera de las instancias académicas. El Estado nicaragüense se transformó en un gran promotor de las investigaciones, frecuentemente con apoyo de la cooperación externa, con la creación del Centro de Investigaciones y Estudios de la Reforma Agraria (CIERA), el Centro de Estudios del Trabajo (CETRA), el Instituto de Investigaciones Económicas y Sociales (INIES), el Instituto de Estudios del Sandinismo (IES) y el Centro de Investigación y Documentación de la Costa Atlántica (CIDCA), entre otros. Cada ministerio tenía su propio centro de investigación. A inicios de los años 90, el CIDCA y el IES fueron absorbidos por la Universidad Centroamericana (UCA) como parte de la negociación en torno a la asignación del presupuesto público al sistema nacional de universidades, mientras el CIERA se transformaba en una ONG llamada CIPRES.

Durante los años 80, el FSLN, al frente del Estado-partido, controló la producción de esos centros, garantizando que sólo en muy escasas ocasiones los análisis discreparan significativamente del punto de vista de la cúpula partidaria. En el ámbito privado, el INCAE continuó sus operaciones. Y surgió la Coordinadora Regional de Investigaciones Económicas y Sociales (CRIES) y otros centros de investigación en la Universidad Centroamericana (UCA). La producción de los centros privados fue notoria, pero su número y capacidades habían sido diezmadas. Muchos de los investigadores de los centros¬ privados habían pasado a formar parte del aparato estatal.¬

LOS AÑOS 90: LA ERA DEL “PROYECTISMO”
Y DE LAS INVESTIGACIONES “A LA CARTA”

Con la derrota electoral del Frente Sandinista, el paso de una economía planificada a una economía de mercado y la acelerada contracción del aparato estatal, la década de los 90 inició con la migración de muchos científicos sociales -e incluso centros de investigación- desde el Estado hacia las universidades, a andar de free lance y a las ONG. El sector de las ONG se engordó notablemente y absorbió a muchos de los mejores intelectuales del país. Se nutrió con estudiosos en plena producción.

El enorme capital humano que migró del sector público al privado implicó el resurgimiento de una sociedad civil que había permanecido subsumida y obediente a los designios del Estado-partido, transformada y enriquecida en la nueva etapa de los 90 por la inversión que el régimen sandinista hizo en capital humano: educación, desarrollo de habilidades burocráticas y adquisición de conexiones con la cooperación externa desde cargos administrativos en el sector público. Una considerable reubicación de la ayuda externa desde el sector público hacia muchas nacientes ONG dotó de combustible financiero a las investigaciones.

En un lapso de cuatro años la ayuda externa fue cambiando las reglas. Se extinguieron los fondos para investigaciones de largo plazo y para los macro-temas. Los holgados, poco condicionados y flexibles presupuestos que permitieron dedicación plena, prolongados trabajos de campo y especialización en un tema, parecen ahora un cuento de hadas que los veteranos de la investigación inventaron para dejar boquiabiertos a los amateurs.

Aquella largueza fue sustituida -en la mayoría de los casos- por contratos puntuales que pactan períodos muy breves y están orientados a obtener productos bien definidos, concentrados en un grupo meta y con resultados mensurables en artículos publicados, número de lectores, seminarios organizados, charlas ofrecidas, políticas públicas transformadas, etc. Una situación semejante comentaba hace diez años el historiador chino Albert Chan cuando lamentaba que sus artículos para las enciclopedias fueran pagados según el número de palabras. “Ellos no aprecian mi trabajo -me decía-. ¿Qué saben de toda la búsqueda que hay tras una frase de diez palabras?”

Los investigadores de Nitlapán-UCA llamaron justamente “proyectismo” al nuevo modelo de relaciones con la cooperación externa. Pronto el “proyectismo” devino en su caricatura: las investigaciones “a la carta”. El financiador de la cooperación se sienta a la mesa y ordena. El investigador le sirve muy cumplidamente un consomé de power point como entrada, un artículo o informe a las brasas como platillo principal -acompañado de un puré de encuestas y un vaso de Michael Porter on the rocks-, y termina presentándole un cheesecake de policy briefing. Con harta frecuencia el investigador ofrece un combo -charla, reporte, encuestas, presentaciones-, pero debe asegurarse de que el precio sea atractivo. De lo contrario el cooperante se irá con su cartera bien abultada en busca de otro McDonald.

EL LENGUAJE GERENCIAL
Y EL HURACÁN BUROCRÁTICO

Las investigaciones “a la carta” no son fruto de una decisión de las ONG ni de los investigadores tercermundistas. Obedece a un cambio decisivo en la cooperación externa. La aparición de más agencias de cooperación en los países industrializados, con la subsiguiente competencia por los fondos, hizo a los gobiernos más capaces de -e interesados en- controlarlas y exigirles mediciones de su impacto en el desarrollo y en la reducción de la pobreza.

Este giro multiplicó las formas de control burocrático, síntoma de un declive en los niveles de confianza y de los requerimientos de los gobiernos donantes. La cooperación empezó a preferir contratos muy puntuales, y no tanto apoyos de largo plazo. El especialista indio en conocimiento y educación, Jandhyala Tilak apunta que la intervención de la cooperación internacional en investigación toma la forma de consultorías y establece las agendas de investigación, de modo que las necesidades y compulsiones de corto plazo de la cooperación contribuyen a negar el valor de la investigación de largo plazo y no construyen capacidades sostenibles en las universidades y otras instancias de investigación.

La cooperación externa fue creando un mercado de consultorías al que saltaron algunos de los investigadores de las ONG y las universidades. La dinámica, oportunidades y requerimientos del mercado de las consultorías privaron a las universidades de muchos de sus recursos humanos mejor capacitados. Ese salto lo dieron, ante todo, aquellos que habían cultivado activamente las redes adecuadas, las relaciones sociales que podían facilitarles el acceso a contratos.

Las diversas agencias financiadoras reaccionaron de diversa manera. Algunas mantuvieron los fondos para apoyo institucional durante un tiempo. Pero gradualmente todas terminaron aplicando el modelo de financiamiento contra temas, metas, resultados e indicadores muy específicos. Se querían resultados específicos y sólo las investigaciones “a la carta” podían darlos. El lenguaje gerencial -managerialist language, lo llama el antropólogo británico David Lewis- impuso su “consolidación institucional”, “construcción de capacidades”, “planificación estratégica” y best practices.

El huracán burocrático acabó con el apoyo institucional y de largo plazo y, por consiguiente, con la posibilidad de construir una agenda de investigación propia. La agenda principal del organismo financiador pasó a influir mucho en la selección de hipótesis, temas, metodologías, etc. Antes de enviar una propuesta, el investigador sabe qué decir -y qué no decir- y qué organismo busca financiar qué estudios. La construcción de conocimiento se volvió en gran medida funcional al mantenimiento del flujo de recursos.

EN LA ERA DE LA RENTABILIDAD
Y DE LAS ENCUESTAS

El modelo de investigaciones “a la carta” impone una selección y exclusión de temas. Hay temas muy generadores

-recursos naturales, microfinanzas-, así como temas de baja rentabilidad -problemáticas laborales.-. La exclusión afecta a aspectos tan vitales como el tema de este artículo: el papel de los productores de conocimiento y su relación con los organismos financiadores.

El geógrafo e investigador británico Anthony Bebbington apunta que ha habido muy poca investigación sobre las agencias financiadoras: sobre su forma de identificar prioridades, sus maneras de seleccionar y trabajar con organizaciones del Sur, la estructura de sus redes personales con investigadores de América Latina, sus maneras de trazar sus modelos de desarrollo, etc. La mayoría de los organismos que reciben fondos para investigación no han hecho una reflexión sólida, crítica y propositiva sobre las modas, las filias y las fobias de la cooperación internacional y su definición de lo legítimo como tema de investigación y objeto de políticas públicas. Poco se ha reflexionado sobre cómo el entorno influye sobre los investigadores y sobre las instituciones para las que trabajan y moldea muchas de sus “opciones”.

En la mayoría de los casos, la relación con las agencias financiadoras sufrió cambios lamentables. Sus funcionarios dejaron de ser camaradas con quienes conspirar y se convirtieron en clientes a quienes vender determinados servicios. La solidaridad internacional, que debía servir como mecanismo de compensación ante las injusticias e insuficiencias del mercado, adoptó la lógica mercantil y la aplicó a la producción de conocimiento. Se venden evaluaciones de impacto, estudios de mercados financieros, diagnósticos, etc. En ese difícil contexto, varias ONG dedicadas a la producción de conocimiento terminaron desapareciendo. Ése fue el destino del CRIES.

Se venden, más que todo, encuestas. En esta era en la que no hay que pensar, la investigación es buena si se concentra en el instrumento por excelencia: las encuestas. Ya que no se puede aspirar a una verdad objetiva, se busca una verdad promedio. Las encuestas suministran la verdad porque son la suma y promedio de muchas subjetividades. Y con frecuencia las encuestas terminan encontrando lo que muestran porque, una vez hecha la renuncia a la autorreflexión, los instrumentos de análisis, marcados por la sociedad que los parió, no logran trascender su punto de partida. Por eso, cuanto más se haga de la ciencia social un puro formalismo -avatar de métodos: encuestas, cálculos estadísticos, aplicación de fórmulas, establecimiento de indicadores, propuesta de incentivos-, tanto más se la convierte en una sierva del sistema y de las injusticias imperantes. Tanto más contribuye a la inercia o al incremento del poder de los dominantes.

LA INSTRUMENTALIZACIÓN DEL CONOCIMIENTO

El mercado, en forma de compra/venta de consultorías, se supone que debe premiar a los investigadores capaces de elaborar diagnósticos y evaluaciones a la velocidad de la luz, dotadas de recomendaciones muy precisas y aplicables. Presentadas en un foro o ante un “cliente” estatal, son la “incidencia” clásica a la que se aspira. El mercado legitima. El conocimiento es una mercancía que busca ser legitimada mediante la consecución de un comprador. El investigador persiste como tal si sobrevive en el mercado: si produce combos apetecibles a buen precio. El conocimiento vale si puede ser vendido, y sólo puede ser vendido si puede ser usado.

Esta instrumentalización del conocimiento que el mercado, consagrado como su gran legitimador refuerza, es un fenómeno que estudió el filósofo alemán Max Horkheimer en su penetrante “Crítica de la razón instrumental”. Horkheimer sostiene que esa instrumentalización del conocimiento constituye el triunfo del pragmatismo, de acuerdo a cuya visión del mundo, la verdad no es deseable únicamente por ella misma, sino que es tal en la medida en que funciona mejor... Para probar que es pensado con razón, todo pensamiento tiene que tener una coartada, debe garantizar su utilidad funcional. Según Horkheimer, incluso mucho después de Platón, los pensadores buscaban una objetividad que no se subordinara a ningún interés. La filosofía, aferrada a la idea de verdad objetiva bajo el nombre de absoluto u otras formulaciones espiritualizadas, relativizó la subjetividad. Por eso mantuvo la distinción entre mundus sensibilis y mundus inteligibillis: la imagen de la realidad tal y como es estructurada por los instrumentos intelectuales y físicos del dominio de los hombres, por sus intereses y acciones y, por otro lado, el concepto de un orden o jerarquía capaz de hacer plena justicia a las cosas y a la naturaleza. La Ilustración marcó el inicio del combate contra la objetividad absoluta por considerarla un espejismo.

Con la veneración de los métodos empíricos, la razón quedó reducida a una formalización: un medio para alcanzar fines cuya bondad no compete a la razón determinar. Los fines se refieren a valores y éstos ya no pertenecen a la esfera de un orden a realizar, sino al ámbito de las subjetividades. Son cuestiones de elección y de gusto.

Horkheimer observa que justicia, igualdad, felicidad, tolerancia todos los conceptos que, como ya se dijo, latían en siglos anteriores en el corazón de la razón, o tenían que ser sancionados por ella, han perdido sus raíces espirituales. Son todavía, sí, fines y objetivos; pero no hay instancia racional alguna a la que pudiera corresponder la tarea de allegarles un valor y ponerles en conexión con una realidad objetiva.

La ciencia se ocupa de los medios. Es un instrumento al que no le es dado intentar determinar las estructuras de la vida social e individual. Se ha producido una neutralización de la razón, que sustrae a la misma toda relación con un contenido objetivo y la fuerza de juzgarlo, degradándola así a la condición de mera capacidad ejecutiva más volcada al cómo que al qué.

LA ERA DE LA TECNOCRACIA SIN UTOPÍA

Esta concepción convierte el conocimiento en un medio al servicio del sistema y no en una instancia llamada a criticarlo y transformarlo. El pensamiento, en su persecución de la verdad, tiende a desbordar los límites de un orden social dado. Reducido a mero instrumento, el pensamiento se limita a ser un registro de hechos y un esclarecedor de la cadena de medios y efectos para alcanzar ciertas metas. Su valor operativo -dice Hokheimer-, el papel que juega en el dominio de los hombres y de la naturaleza, ha sido finalmente convertido en un criterio único. Por eso, tan pronto como las palabras no son clara y abiertamente usadas para sopesar probabilidades técnicamente relevantes, o están al servicio de otros fines prácticos, corren el peligro de resultar sospechosas de no ser otra cosa que cháchara vacía; porque la verdad no es un fin en sí misma.

La fe en un paraíso socialista operó como un dique al avance de la razón instrumental en ciertos ámbitos, organismos y personas. Pero en los años 90 el dique se rompió y la tecnocracia sin utopía hizo su entrada. La producción de conocimiento, que recibe el apoyo de la solidaridad internacional, fue severamente afectada al exigírsele hallazgos funcionales -aplicados, aplicables, traducibles en directrices programáticas-, técnicamente impolutos -que no cuestionen y ni siquiera expliciten las opciones políticas a las cuales sirven- y reducidos en sus pretensiones a proyectos específicos, sin otear algún proyecto de sociedad. En suma: investigaciones “a la carta”.

La autorreflexión sobre el papel de la investigación y sobre sus opciones más profundas quedó vedada. Nadie la financia. Este giro ha resultado en tres grandes transformaciones que tocan ámbitos de legitimación de la producción de conocimiento apoyada por la cooperación externa.

La aceptación acrítica de estas transformaciones termina contradiciendo las bases mismas del apoyo que la investigación recibe. La legitimación del mercado y las transformaciones que implica excluye otras legitimaciones y domestica la razón hasta hacerla dócil al orden social vigente. Pero hay otras maneras de plantear la legitimidad, que no domestican la producción de conocimiento y permiten que ésta despliegue con mayor plenitud sus potencialidades. Y las exploraremos.

PRIMERA TRANSFORMACIÓN:
SI INCIDE, EL CONOCIMIENTO ESTÁ LEGITIMADO

Una primera transformación y primer ámbito en el que se juega la legitimidad de la producción del conocimiento es el de la relación entre el conocimiento y la incidencia. “Si inciden, están legitimadas”, empezaron a decir las agencias financiadoras. La justificación proviene de la aplicabilidad de los conocimientos, o bien, siguiendo una metáfora muy en boga, de que haya un puente que una a investigadores y diseñadores de políticas.

Lewis encuentra que, a partir de cierto momento, dada la creciente tendencia a invertir los fondos en actividades que tengan un impacto directo e inmediato en la reducción de la pobreza -independientemente de si eso se concibe o no como desarrollo- destinar recursos a la actividad elitista de la investigación requiere que se documente su impacto de manera tangible. La investigadora Diana Stone sostiene que las relaciones entre investigadores y diseñadores de políticas están moldeadas por la forma en que el problema es definido a priori.

El modelo de pensamiento dominante ha logrado que el problema se defina en términos de oferta y demanda. Los demandantes claman por una mayor accesibilidad, abundancia y calidad de la oferta, y los oferentes se quejan de la incapacidad del Estado y sus diseñadores de políticas para interesarse, digerir y traducir en políticas los hallazgos de las investigaciones. En este marco conceptual, las soluciones propuestas son tecnócratas.

Del lado de la oferta: producir conocimiento relevante para las políticas, mejorar las formas de disponibilidad de la investigación -web sites y listas de distribución-, construir metodologías para evaluar la relevancia de la investigación -estudios de caso y ejemplos de mejores prácticas- y trabajar el estilo de presentación de las investigaciones para que sus hallazgos sean más digeribles y aplicables: mejoras en las habilidades comunicativas y producción de materiales que divulguen de manera simplificada.

Del lado de la demanda: establecer comisiones donde participen investigadores y tomadores de decisión, capacitación de burócratas, y contratación de “editores” que seleccionen las investigaciones por su relevancia y calidad. Este modelo de oferta/demanda, también llamado de push and pull, parte del supuesto de que conocimiento y políticas son dos mundos separados que hay que unir. También olvida otros segmentos de consumidores del conocimiento.

El problema de la incidencia podría ser planteado de otra manera, siguiendo una perspectiva que Stone llama de “modelos políticos” y que diluye la distinción entre productores y usuarios del conocimiento y propone una reflexión sobre la base de que la investigación es emprendida en -e influida por- el amplio contexto social.

Este planteamiento reorienta los puntos de atención y las soluciones. Puesto que el conocimiento no sólo influye en las políticas, sino en las percepciones, propone enfocarse sobre la influencia en los amplios patrones sociopolíticos, económicos y culturales. Esto incluye, por ejemplo, el impacto sobre los medios de comunicación y sobre las ONG, o incluso el impacto de mediano plazo sobre el gobierno, al servir como bases de entrenamiento para algunos de sus funcionarios. Esto supone una perspectiva de largo plazo, donde la influencia cultural de las investigaciones puede revelarse no antes de una generación.

INCIDIR ES PLANTEAR RETOS,
NO PROPORCIONAR RECETAS

Esta perspectiva también pone atención en los proyectos políticos y las ideologías, lo cual implica pasar de los aspectos técnicos de la relación entre investigadores y gobierno, al campo de los arreglos institucionales, la naturaleza del régimen de poder, la cultura del debate público -o su carencia- y las ideas hegemónicas como espacios que estructuran lo que es considerado conocimiento útil o relevante. Desde este enfoque, el principal nudo de la relación entre investigadores y diseñadores de políticas está en el hecho de que compartan o no un proyecto político, y la falta de sincronía con los líderes políticos no invalida el conocimiento producido: puede legitimarlo como un contra-discurso.

El modelo actual olvida la necesidad de contra-discursos, cuando se necesitan plantear retos en lugar de proporcionar recetas: no se debe renunciar a mejorar la relación entre investigadores y tomadores de decisión, pero lo importante es reconocer que diferentes ambientes políticos, estructuras institucionales y arreglos políticos producen diversos abanicos de oportunidades y límites al diálogo.

Enfocándose en la construcción social de los problemas, creencias e identidades políticas, esta perspectiva, por tanto, permite una legitimación por el amplio impacto y el largo plazo, abre espacios a legitimarse como productores de discursos contra-hegemónicos, al tiempo que sienta las bases para un cuestionamiento del tipo de conocimiento, la interpretación del mundo y lo que se define como “mejores prácticas” que vienen en el paquete de los financiamientos y las investigaciones mixtas.

El enfoque de modelos políticos requiere una auto-reflexión sobre la agenda de investigación, el estatus de élite tecnócrata y la relación con otros productores de conocimiento que pocas o ninguna organización ni productores individuales de conocimiento emprenden. Este enfoque está menos interesado en cómo el conocimiento es usado -con el instrumentalismo que esta posición implica- y más en el largo plazo y el carácter atmosférico del pensamiento dominante.

SEGUNDA TRANSFORMACIÓN:
LA CONFLUENCIA PERVERSA

Un segundo ámbito a considerar es el ámbito ideológico-programático. A lo largo de la historia, el papel de los investigadores como sujetos que informan y confrontan centros de poder para sacudir las visiones y prácticas del desarrollo prevalecientes ha sido uno de sus rasgos más señalados. El hecho de que el escepticismo y las críticas acres se hayan cebado sobre la vaguedad con que se manejan ambos conceptos -alternativo, desarrollo-, sobre los efectos que los centros de investigación han tenido en la democratización y sobre su adaptación a las corrientes predominantes es un indicador de la importancia que el sello “alternativo” conserva para legitimar el papel de los científicos sociales.

En el terreno de la investigación importa saber si aún somos alternativos, si ofrecemos lo que otros no ofrecen, si el conocimiento que producimos crea un campo de contestación al sistema. Centrándose en el ámbito programático, la politóloga brasileña Evelina Dagnino propone distinguir entre tres proyectos políticos, adoptados indistintamente tanto por sujetos del sector público como de la sociedad civil -ambos espacios son heterogéneos-: el proyecto autoritario -heredero del estilo de los regímenes militares y la cultura caudillista-, el proyecto neoliberal y el proyecto participativo. La propuesta de Dagnino incursiona en el terreno de los valores, puesto que estos proyectos no sólo son rutas hacia el desarrollo -o el crecimiento económico-, sino que sustentan valores en sí mismos.

El proyecto neoliberal implica una visión minimalista de la política, del papel del Estado y del ejercicio de los derechos humanos, porque los ciudadanos quedan reducidos a la condición de “usuarios” de los servicios estatales y el Estado queda reducido a la condición de facilitador del funcionamiento del mercado. Todo se reduce a problemas técnicos -encubriendo los conflictos políticos- porque se busca reproducir el actual orden social. El modelo de los tres proyectos sirve para distinguir entre quienes apuestan por un automatismo del mercado -proyecto neoliberal- y quienes intervienen para domesticar el mercado haciéndolo más incluyente, pero sabiendo que el mercado no es la panacea ni el único campo de batalla -proyecto participativo-.

Aquí se juega el hecho de si la producción de conocimiento apuesta por un cambio de sistema, cambios en el sistema o ligeras reformas. De ahí la importancia del concepto de “confluencia perversa” con el que Dagnino caracteriza la coincidencia, a nivel del discurso, de proyectos presuntamente antagónicos, oculta bajo referencias comunes e incluso procedimientos y mecanismos institucionales que guardan una similitud significativa.

Retomando a Paulo Freire, Dagnino habla de la interna¬lización de elementos neoliberales en los proyectos políticos de organismos y sujetos que se presentan como alternativos. Ese proceso se lleva a cabo por medio de dislocaciones de sentido de presuntas referencias comunes cuando no se explicitan los proyectos políticos individuales y organizacionales. La confluencia perversa más frecuente es la promoción de una ciudadanía y democratización reducida al mercado, con la que muchos investigadores hemos, consciente o inconscientemente, colaborado.

Si la producción de conocimiento se sigue proclamando alternativa y generadora de nuevos modelos de desarrollo más incluyentes, tiene que estar atenta y escapar al peligro de la confluencia perversa, que viene servida en bandeja cuando los investigadores aceptan el sistema de investigaciones “a la carta” sin explicitar ni cuestionar los programas políticos de sus “clientes”, so pretexto de que la ciencia sólo aporta medios y aplicabilidad.

TERCERA TRANSFORMACIÓN:
DE AQUEL DESARROLLO AL “OTRO” DESARROLLO

El alcance de las propuestas, la relación con el entorno y los problemas asociados a la reproducción del sistema son un tercer ámbito a considerar. Pueden ser esclarecidos por la distinción -reelaborada por tres investigadores británicos: Mitlin, Hickey y Bebbington- de los dos significados del término desarrollo: un desarrollo con minúscula -que alude a los procesos geográficamente desiguales y profundamente contradictorios que subyacen al desarrollo del capitalismo- y un Desarrollo con mayúscula, que se refiere a los proyectos de intervención en el Tercer Mundo que emergieron en un contexto de descolonización y Guerra Fría.

Se trata de distinguir entre economía política e intervención y de pensar en cambios estructurales, sabiendo que existe una clara relación entre ambas caras del desarrollo. Los investigadores proponen intervenciones de Desarrollo, pero también son parte de las sociedades y economías políticas en las cuales operan. Son parte del desarrollo, al tiempo que tratan, a través del Desarrollo, de intervenir y modificar la naturaleza y efectos del amplio desarrollo. La concepción instrumental -y reformista- del conocimiento constriñe lo alternativo al terreno del Desarrollo: los investigadores redactan y evalúan proyectos alternativos de Desarrollo. Pero otras formas de concebir lo alternativo se refieren a formas alternativas de organizar la economía, la política y las relaciones sociales. ¿El indicador del alcance alternativo de los hallazgos de la investigación es la producción de alternativas al desarrollo o sólo de alternativas de Desarrollo?

EL FATÍDICO SALDO: REFORMISMO, DESPOLITIZACIÓN Y MERCANTILIZACIÓN

Para legitimarse como alternativo en el amplio sentido del término, es preciso no ser un repetidor de conceptos hege¬mónicos, un reforzador de los modelos dominantes. Bebbing¬ton sostiene que empujar reformas en las intervenciones de Desarrollo de otros actores es una vía hacia las alternativas. Pero esa vía no excluye otra: la producción de estrategias que transformen las ideas fundacionales y las relaciones sociales del orden social contemporáneo.

La búsqueda de una incidencia sobre el desarrollo abre la posibilidad de escapar y de situarse en una concepción burdamente instrumentalizadora del conocimiento. En un reduccionismo instrumentalizador, las investigaciones para elaborar propuestas de desarrollo han sido gradualmente sustituidas por las líneas de base, las evaluaciones de impacto y los criterios y estrategias propias de los estudios de mercado.

Verificamos tres transformaciones que son reduccionismos: la incidencia regida por la oferta/demanda, la ciudadanía política ahogada en la ciudadanía del mercado y la concepción del desarrollo postmodernamente limitada y fragmentada en propuestas de Desarrollo. Las tres son expresiones de un giro instrumentalizador que troca mazos por alfileres. Y se funden en un modelo de investigaciones “a la carta” donde el cliente funcionario de la cooperación compra un conocimiento cuya incidencia se muestra en que se restringe a definir medios -recomendaciones de políticas, proyectos de Desarrollo- para que el mercado funcione mejor, sin explicitar ni cuestionar las opciones sistémicas de fondo. Lo alternativo, lo contestatario y el mayor alcance de las propuestas no caben en este estrecho horizonte. Se ha producido un deslizamiento hacia la despolitización, el reformismo y la venta de servicios que Dagnino considera características del proyecto neoliberal. Se elaboran combos cognoscitivos para “clientes”. Los “clientes” quieren soluciones en el marco de su ámbito de acción: proyectos muy focalizados, circunscritos a un territorio y, dentro de éste, dirigidos hacia una población meta. Aparecen otros puntos de vista, no políticos, para explicar el subdesarrollo y la pobreza.

CUANDO PARA SER CIUDADANO
BASTA CON SER MICROEMPRESARIO

Crecientemente, el acceso al mercado ha sido presentado como una limitación más importante para el desarrollo local que la participación política. Se ha establecido una seductora conexión entre ciudadanía y mercado. Devenir ciudadano -dice Dagnino- significa ahora: integración individual al mercado, como consumidor y como productor. Este parece ser el principio subyacente a un gran número de programas para ayudar a las personas a ‘adquirir ciudadanía’, es decir, para aprender a iniciar microempresas. En un contexto donde el Estado se exime progresivamente de su papel de garantizador de derechos, el mercado es ofrecido a la ciudadanía como una instancia sustituta. Importa el acceso, no la gestión de los procesos.

Como la ciudadanía se expresa en ser un microempresario, aquellos que no tienen microempresas no son objeto de estudio. Se estudia a los empresarios que pueden aplicar la silvicultura, proteger los recursos naturales en su parcela -no en su comunidad-, apoyar a las municipalidades, etc. Este sesgo luce como una reacción contra el colectivismo de la década de los 80. En todo caso, es una reacción ampliamente excluyente, porque no se ocupa de los millones de asalariados -se analizan las estrategias del microempresario, pero no las relaciones entre éste y sus empleados-, se estudia más la relación del empresario con el medio físico, mientras el entorno social queda reducido a una serie de entidades que generan incentivos. Se estudia el capital social… pero se trata de un capital social despolitizado. La mayor parte de la producción de conocimiento se ubica en esta línea de neutralidad técnica y de construcción cognoscitiva del ciudadano como cliente-microempresario.

Como la transferencia de la lógica de mercado al ámbito estatal transforma a los gobiernos en “proveedores de servicios” y a los ciudadanos en “clientes” o “usuarios” no se percibe la dimensión política de las propuestas para el desarrollo, porque las investigaciones se ocupan primordialmente del Desarrollo. No se explicitan y analizan las implicaciones políticas de este giro porque el papel de los investigadores mismos también es entendido bajo la lógica del mercado: son, ante todo, proveedores de servicios. La caída en las investigaciones “a la carta” se puede entender como esa conversión en proveedores de servicios.

Este entronizamiento del mercado implica lo que Dagnino llama “visión minimalista de la política”, donde las políticas y las cuestiones a que se dirigen son tratadas estrictamente bajo el ángulo de la gestión técnica o la filantrópica. En consecuencia, la pobreza y la desigualdad están siendo retiradas de la arena pública -política- y de su dominio propio: el de la justicia, la igualdad y la ciudadanía. La limitación tecnócrata del conocimiento, limitado a ser un instrumento, va reduciendo a los investigadores a pro¬cesadores de datos, recicladores de ideología y reproductores de visiones que engulleron sin saberlo. El saber, como expresa Horkheimer, se ha vaciado de contenido. Por eso los científicos sociales tienden a pronunciarse menos sobre la justicia y la igualdad.

EL TEMOR A LO “POLITICAMENTE INCORRECTO”
Y LAS IDEAS ESTEREOTIPADAS

La renuncia a abordar esos temas espinosos ha corrido de la mano de cierta impermeabilidad a enfoques, temas e ideas “políticamente incorrectos”. Es un tema en el que habría que profundizar: la historia de la inclusión o exclusión de conceptos y teorías que se juzgan dignas de ser difundidas y que refuerzan el pensamiento hegemónico: la concepción del desarrollo como reducción de la pobreza y la obsesión por la vulnerabilidad e inserción en los mercados. Sí a Douglas North y Joseph Stiglitz, no a Bourdieu, Petras, Tourraine, Castells.

Bebbington recuerda que hace más de doce años estudiosos de las ONG notaron que el staff de éstas en los años 70 y 80 estaba bien versado en los escritos radicales de Paulo Freire y Saul Alinsky, mientras hoy sus anaqueles despliegan textos más tecnocráticos y despolitizados que tratan sobre sectores específicos. Actualmente se eligen los conceptos y teorías de mayor fungibilidad política: aquellos que, independientemente de en qué proyecto político se originaron -y de su potencial revolucionario- pueden ser usados como herramientas técnicas por pensadores de diversas filiaciones ideológicas.

Lo más grave es la vigencia que aún tiene hoy la tragedia que Horkheimer denunció hace sesenta años: El pensamiento como tal es sustituido tendencialmente por ideas estereotipadas. Éstas son, por un lado, tratadas como instrumentos puramente utilitarios, que se toman o se dejan de modo oportunista y, por otro, como objetos de devoción fanática. Ciertos pensadores y teorías son objeto de un culto irracional. Sus conceptos no son sometidos a la crítica.

No es eso lo que el mercado del conocimiento espera de los investigadores tercermundistas. Ninguna agencia de cooperación paga por ese servicio, si es que alguna lo considera como tal. Basta con pegar conceptos como piezas desteñidas de un rompecabezas con muy pocas variantes. Los conceptos -dijo Horkheimer- se han convertido en medios racionalizados que ahorran trabajo, ya que no ofrecen la menor resistencia. Es como si el pensamiento mismo se hubiese quedado reducido al nivel de los procesos industriales, sometido a un plan exacto y convertido, en una palabra, en un elemento fijo de la producción. Ante un proceso semejante en la historiografía, Toynbee habló de “la tendencia del alfarero a convertirse en esclavo de su arcilla.”

EN EL FUTURO: ¿DURMIENDO CON EL ENEMIGO?

Si en la lógica que denuncia Horkheimer la fábrica era el prototipo de de la existencia humana, la que moldeaba todos los ámbitos de la cultura de acuerdo al modelo de la producción en cadena o de la organización burocrática racionalizada, en la era de las investigaciones “a la carta”, el mercado, el lenguaje y el modus operandi gerenciales están dominando la producción de conocimiento.

El recorrido hecho en este texto refleja que ha habido un cambio de paradigma cognoscitivo y de ámbitos de legitimación, pasando del ciudadano organizado al ciudadano-cliente, del desarrollo al puro Desarrollo y del cuestionamiento de los modelos de interpretación del modelo económico-social al enfoque oferta/demanda para adaptarse a los requerimientos de los financiadores. Los cambios temáticos, todo lo que implica la construcción del objeto de conocimiento, los referentes teóricos y la progresiva tendencia hacia la despolitización apuntan a un deslizamiento hacia la confluencia perversa con los planteamientos del proyecto neoliberal.

La cooperación externa ha sido un amigo peligroso. Ha incentivado ese deslizamiento con la dinámica del mercado de las consultorías, un concepto de incidencia en sentido estrecho, una concepción de uso del conocimiento puramente instrumental, una demanda de proyectos de Desarrollo de horizontes limitados y un incremento de los trámites burocráticos. El resultado ha sido privilegiar el marketing a despecho de una misión de mayor alcance y de la vocación por lo alternativo. La gran contradicción es que la lógica del mercado sea el espacio de legitimación de una producción de conocimiento que es apoyada por la solidaridad internacional. El modelo financiero y sus requerimientos terminaron cincelando la misión política. No hay fondos ni tiempo para pensar en el desarrollo y las alternativas al actual orden social. Sólo hay tiempo para poner parches.

ES CRUCIAL SABER QUÉ TIPOS DE CONOCIMIENTO
RECIBEN FINANCIAMIENTO

La legitimación no puede reducirse a ese ámbito de oferta-demanda. De lo contrario se caerá en la pura instrumentalización del conocimiento. Los usos prácticos del conocimiento son necesarios pero no suficientes. Y la concepción puramente instrumental es devastadora. Un planteamiento en el enfoque de modelos políticos implica develar cómo la concepción puramente tecnológico-instrumental del conocimiento está ligada a la noción del desarrollo como aplicación de proyectos y obtención de resultados materiales tangibles. Y hay muchos intangibles en el desarrollo. Con frecuencia el conocimiento es proporcionar un punto de vista diferente, cambiar una percepción -poner bajo otra “luz” lo que no se “ve”-, mostrar que las cosas podrían ser de otra manera. De hecho, un cambio en la concepción del conocimiento y su uso, así como en la visión del desarrollo, son precisos para la continuidad de la investigación.

Una legitimación en el terreno del enfoque de modelos políticos vuelve a lo alternativo y al desarrollo, se propone diversas formas de incidencia y constituye una plataforma adecuada para cuestionar el proyecto neoliberal porque en su núcleo conceptual hay un cuestionamiento a la estandarización del conocimiento. La estandarización va contra lo alternativo y los cambios en el desarrollo porque legitima el orden social presente. Un conocimiento enteramente guiado por la demanda -no cuestionada- de proyectos de Desarrollo pierde toda esperanza de ser contra-hegemónico y proporcionar los servicios que otros no proveen, porque se concentra en la producción de bienes competitivos en lugar de generar redefiniciones y nuevas visiones del desarrollo.

Al no construir la propia agenda, el conocimiento termina careciendo de proyecto político y siendo un mero reproductor del actual orden social. Hay que romper el círculo vicioso: el conocimiento producido por expertos legitima ciertos temas sociales y económicos como “problemas políticos públicos”, y los investigadores y centros de investigación también ganan autoridad y visibilidad política por el tratamiento de esos temas. Como sostiene Stone, el problema no es simplemente cómo aplicar el conocimiento, sino el tipo de conocimiento que es producido y el tipo de conocimiento que domina y estructura las políticas de desarrollo. No podemos renunciar a investigar y cuestionar qué tipos de conocimiento reciben financiamiento. Recordemos que la investigación se inscribe en el contexto amplio de una lucha de discursos, visiones del mundo y regímenes de verdades.

DESNUDAR ESOS VALORES

Para concluir, quiero retomar el reto que lanzó el investigador Andrés Pérez Baltodano en la lección inaugural del año 2007 en la UCA y que comparte el espíritu que animó estas reflexiones: Para evitar la entronización del mercado como eje regulador de la vida social, es necesario que aquellos que creemos en la educación ‘al servicio de los demás’, trabajemos para que el conocimiento contribuya a desnudar los valores, creencias y significados que le otorgan dignidad normativa a la racionalidad del mercado. De lo contrario, las subjetividades y los significados que le sirven de fundamento a esa racionalidad permanecen ocultas en un silencio pre-teórico que contribuye a ‘naturalizar’ las instituciones en las que se materializa el poder y los intereses que éste representa.

Romper ese silencio es la tarea de investigadores alternativos.

INVESTIGADOR DEL SERVICIO JESUITA PARA MIGRANTES DE CENTROAMERICA (SJM). MIEMBRO DEL CONSEJO EDITORIAL DE ENVÍO.

Imprimir texto   

Enviar texto

Arriba
 
 
<< Nro. anterior   Nro. siguiente >>

En este mismo numero:

Nicaragua
¿Hacia dónde vamos?

Nicaragua
Noticias del mes

Nicaragua
“El gobierno debe cambiar: el desarrollo rural no se resuelve en secreto”

Nicaragua
El mísero salario del magisterio: una asignatura pendiente

Nicaragua
Un país con mucha agua y con mucha sed

México
Polarizados, politizados y en airada ebullición

México
Reflexiones sobre la despenalización del aborto

América Latina
Bush-Lula: la alianza del etanol

Centroamérica
El conocimiento en los tiempos de las investigaciones “a la carta”
Envío Revista mensual de análisis de Nicaragua y Centroamérica